El barrio es según como lo veas ese día: según la música que vayas escuchando o la canción que hayas buscado para caminar por sus calles. Cristina dijo que debería cambiar mi rutina cuando voy a los sitios, que tenía que romper muchas costumbres: como aquella historia en la que un hombre siempre acaba cayendo en el mismo hoyo de la misma calle y esquivarlo, se convierte en su tarea diaria: lo bordea, lo salta, lo intenta cruzar alargando más la pierna...siempre se caía, hasta que un día descubrió que existía "otro lado de la acera", el cual tomó, llegó al mismo lugar y nunca más volvió a caerse .
Me encantó la historia y, por circunstancias de la vida, hice el enorme gesto de cambiar de centro de estética, para darle más glamour a lo que ha sido la esteticista de toda la vida. Pensé que me daría un poco de paz el ser una total desconocida. A la tercera visita ya sabía para qué servían todos y cada uno de los aparatos que allí tenía, sabía de su novio, viví la muerte de su perrita y ahora, en abril, la dueña va a hacerse el que será su sexto tatuaje en un centro que le he pasado. Me cuesta romper con la cotidianidad.
Me encantó la historia y, por circunstancias de la vida, hice el enorme gesto de cambiar de centro de estética, para darle más glamour a lo que ha sido la esteticista de toda la vida. Pensé que me daría un poco de paz el ser una total desconocida. A la tercera visita ya sabía para qué servían todos y cada uno de los aparatos que allí tenía, sabía de su novio, viví la muerte de su perrita y ahora, en abril, la dueña va a hacerse el que será su sexto tatuaje en un centro que le he pasado. Me cuesta romper con la cotidianidad.
El puente es zona de nadie, ni de un barrio ni del otro, así que nadie lo cuida. A un lado es muy frecuente ver coches robados y con los cristales rotos. El año pasado, había un hombre viviendo en uno de ellos. Lo descubrí una mañana en la que hacía mucho frío; me sorprendieron los cristales ahumados en un coche en el que parecía no haber nadie. Me asusté, más que por el individuo, por la situación en la que vi que vivía.
Cuando se lo llevaron quedó su coche y a medida que pasaban los días, las piezas iban desapareciendo. Cada mañana descubrías algo nuevo; las mantas que usaba, comida, etc. Una mañana lo encontré quemado pero aún así, tardaron muchos días más en retirarlo del todo.
Sin embargo al otro lado es diferente, todo cambia de color y como digo, siempre según la canción que escuches.
Cuando se lo llevaron quedó su coche y a medida que pasaban los días, las piezas iban desapareciendo. Cada mañana descubrías algo nuevo; las mantas que usaba, comida, etc. Una mañana lo encontré quemado pero aún así, tardaron muchos días más en retirarlo del todo.
Sin embargo al otro lado es diferente, todo cambia de color y como digo, siempre según la canción que escuches.
Muchas veces pienso que voy a llevar la cámara en el bolso para echar fotos: de patios de luces con ropa amontonada, puffs, de cristales rotos en portales, con puntas afiladas que nadie se molesta en quitar y que tardan semanas y semanas en cambiar. En la cantidad de coches con la etiqueta amarilla de abandonados que nadie retira y en la maldita zona azul que han acabado instalándonos.
Es divertido ver el balcón del facha del barrio; se ha atrevido a colgar una bandera de la falange española en su ventana. Antes era capellán, un capellán borrachín y ahora discute divertido con los polis en el bar sobre política.
Es divertido ver el balcón del facha del barrio; se ha atrevido a colgar una bandera de la falange española en su ventana. Antes era capellán, un capellán borrachín y ahora discute divertido con los polis en el bar sobre política.
Los polis: ¡Ahhh! los polis del barrio. Les han rotado, se enquistaron mucho y pululan por otras zonas. A veces se dejan caer y te siguen cediendo el paso. Un día, el que insistía en demostrarme que eran buena gente, el nº 356, me soltó una frase al quedarme a su altura en el paso. Iba con los niños y la entendí perfectamente pero me hice la despistada y le solté un "-¿Perdona? no te he escuchado-" Ayyyy... ¡Qué bien sienta ser frivolona a la par que inocente de vez en cuando! Le dejamos algo sonrojado, con el peque aún mirándole el uniforme y ella riéndose porque le digo que he ligado :-)
Este verano pasado mataron a una mujer en la calle donde prácticamente vivo del montón de horas que paso en ella. No fue pasional ni de ajuste de cuentas como los que se contabilizan en las noticias: fue entre vecinos. No tengo que decir lo horroroso que fue... Por suerte aquel día trabajaba fuera y no me enteré hasta veinticuatro horas más tarde.
Era una mujer de unos sesenta años que venía a traerle la comida a su madre tal y como los periodistas de la tele iban recitando cada pocas horas. Recuerdo mirarles desde una terraza antes de entrar en escena; me daba la sensación de que miraban interesados todo lo que allí sucedía. Para más inri recuerdo ver una ambulancia parar en la esquina, a una mujer en el suelo completamente borracha y a todo el mundo intentando meterla a la fuerza en el vehículo "- Qué ironía-" pensé "-cualquiera dice ahora que el barrio tiene mala prensa injustamente-".
Era una mujer de unos sesenta años que venía a traerle la comida a su madre tal y como los periodistas de la tele iban recitando cada pocas horas. Recuerdo mirarles desde una terraza antes de entrar en escena; me daba la sensación de que miraban interesados todo lo que allí sucedía. Para más inri recuerdo ver una ambulancia parar en la esquina, a una mujer en el suelo completamente borracha y a todo el mundo intentando meterla a la fuerza en el vehículo "- Qué ironía-" pensé "-cualquiera dice ahora que el barrio tiene mala prensa injustamente-".
En fin, aquella mujer era Susana; la madre de Aïna y Sandra, unas amigas de la infancia y del colegio, De esas con las que has vivido la adolescencia, las pandillas y los primeros (des)amores. En esa época y a esas edades también pasas tiempo con sus padres así que les conoces. Mi primer concierto se lo debo a Susana; llevó a su hija a ver a Eros Ramazzotti y me llevaron con ellas. No me gustaba nada el concierto pero el estar allí, viajar en metro con ellas entre miles de adolescentes siendo tan joven fue algo especial. Fue un shock para todos. No hacía ni dos semanas que se había sentado a mi lado en un banco de la calle para chafardear un poco sobre la vida.
Sigamos: a veces alguien me pide si puedo llamar a la policía; una semana me deprimí mucho allí. Lunes llamé porque habían visto saltar a gente por los balcones y entrar a casas abiertas, me asomé un poco para ver el piso y ví cortinas moverse. Martes a la de la tienda de enfrente la empujan con un cuchillo hasta el lavabo para quitarle el bolso, llego cuando la sacan en la camilla. Miércoles me la encuentro y me explica la historia: es la heroína de la calle. A mí ella no me acaba de gustar; una vez la ví salir detrás de un chaval porque le había robado caramelos y le empezó a dar golpes. Intervino gente y la cosa no fue a más pero a mí me dejó muy mal sabor de boca, tanto, que le hice campaña y casi nadie de nosotras le fue a comprar en unos meses. Fue muy cruel.
Jueves pude ponerle nombre al montón de policías que vi en la esquina de los pasajes. Al parecer habían localizado a un par de ésos que están en busca y captura por el juez por tema droga. Todo se llena de abejitas amarillas y motos blanquiazules en un instante. Te cortan la calle,el bus se encalla y te cabreas por todo porque el trayecto se triplica en lo que a tiempo se refiere.
Jueves pude ponerle nombre al montón de policías que vi en la esquina de los pasajes. Al parecer habían localizado a un par de ésos que están en busca y captura por el juez por tema droga. Todo se llena de abejitas amarillas y motos blanquiazules en un instante. Te cortan la calle,el bus se encalla y te cabreas por todo porque el trayecto se triplica en lo que a tiempo se refiere.
Cuando veo al hombre mayor de la bolsa blanca me acuerdo del "chico que anda solo" como al parecer bautizaron a aquel chico africano de casi dos metros que andaba siempre por las mismas calles; arriba y abajo, sin hablar con nadie. Con el paso de los días todo el mundo hablaba de él y escuchabas todo tipo de historias, que si estaba loco, que no tenía casa ni trabajo y que le habían abandonado. Le ofrecían ropa, comida, la policía lo despertaba si lo encontraba dormido en el banco. Nada le inmutaba, pacífico, a veces aceptaba fruta. No entiendo como a pesar de los avisos y de la movilización de la gente no hacían nada. Poco a poco se fue adelgazando, empezó a hacérselo todo encima y dicen que enfermó. Le pusieron un final más o menos feliz; que habían podido solucionar el tema de sus papeles y que estaba en algo así como en un refugio. Bueno, los hay que en vez de deambular, les da por vivir en su coche.
La gitana rubia, que sale despeinada, en pijama y zapatillas a llevar al niño al colegio. Tiene dos hijos y juraría que al segundo no lo tiene escolarizado, los veo a todas horas juntos.
Aún así, me gusta pasear por allí, estoy muy hecha a su vida, es sólo que a veces consigo verlo desde fuera y es feo. Sí, te saltan niños por todas partes y algún que otro aterriza en tu coche pero yo por ejemplo, reconozco mi infancia en ellos, no la que hay ahora, la que yo viví. La de jugar sin presiones, la de pelear, la de caerte, ir en bici a todas partes.
A veces hago la prueba; dejé al peque estar solo en la plaza media hora, era como un premio al acabar la semana. Poco a poco tengo que ir dándole alas a éste también así que los dos ganamos; él aprende límites, juega sin olvidar mirar el reloj y yo me relajo confiando que va a mirar la calle y todo éso. A los veinte minutos otra madre me lo trajo herido y sucio. Unos niños mayores al quitarle la pelota, lo tiraron al suelo. Al otro, su hijo, al ir a defenderle, le habían tirado las gafas al suelo y le habían dado una patada. Me preocupé claro pero los vi contentos. Era como una hazaña entre amigos y sinceramente, tengo que confesar que después de ver su brazo rasgado, su ropa sucia y sus ojos llorosos sonreí por dentro mientras le curaba bajo la atenta mirada de cuatro niños de diez años. Más tarde simulamos buscarlos con la mirada en la misma plaza donde de adolescente, una noche nos cacheó la policía por estar comiendo pipas en las escaleras de la iglesia, zona frecuentada por los mayores, los más quinquis. Sigo viendo mi propia infancia allí así que le dejo elegir si quiere volver el próximo día a jugar su media hora solo. Dice que sí. A ver...
Vivido bajo esta canción.
A veces hago la prueba; dejé al peque estar solo en la plaza media hora, era como un premio al acabar la semana. Poco a poco tengo que ir dándole alas a éste también así que los dos ganamos; él aprende límites, juega sin olvidar mirar el reloj y yo me relajo confiando que va a mirar la calle y todo éso. A los veinte minutos otra madre me lo trajo herido y sucio. Unos niños mayores al quitarle la pelota, lo tiraron al suelo. Al otro, su hijo, al ir a defenderle, le habían tirado las gafas al suelo y le habían dado una patada. Me preocupé claro pero los vi contentos. Era como una hazaña entre amigos y sinceramente, tengo que confesar que después de ver su brazo rasgado, su ropa sucia y sus ojos llorosos sonreí por dentro mientras le curaba bajo la atenta mirada de cuatro niños de diez años. Más tarde simulamos buscarlos con la mirada en la misma plaza donde de adolescente, una noche nos cacheó la policía por estar comiendo pipas en las escaleras de la iglesia, zona frecuentada por los mayores, los más quinquis. Sigo viendo mi propia infancia allí así que le dejo elegir si quiere volver el próximo día a jugar su media hora solo. Dice que sí. A ver...
Vivido bajo esta canción.