Una de las dos excursiones "planeadas" y
el, tan esperado, sueño de G., era la visita a Tabernas. A mí no me convencía
mucho la idea, ya dije que no me fiaba mucho del grupito a la hora de hacer
planes, aún no tenía muy clara la distancia desde Vera (donde dormíamos) al
desierto y después del palizón de coche y de la primera discusión que tuve con
F. en él, me apetecía separarme del grupo por unas horas , visitar Vera y
tumbarme en una de sus playas. Pero G. es G. y verle tan ilusionado no es algo
que vea cada día así que me apunté y la verdad, no estuvo nada mal.
Resulta que había no uno, sino cuatro estudios de
cine en el desierto; todos estaban en la misma carretera, así que decidimos
quedarnos en el primero; Fort Bravo, que luego resultó ser el original:
escenario del anuncio de Pepsi y del film "800 balas" de Álex de la
Iglesia entre otros títulos más serios del celuloide como "El
Bueno, el Feo y el Malo", "Hasta que llegó su hora"," Por
un puñado de Dólares", "Los siete magníficos" o "El Joven
Indiana Jones". En fin, que parecer ser que acertamos.
Nada más entrar, pedazo de vaquero que nos recibe y
nos señala donde dejar nuestro coche. Al bajar de él, G. nos abandona y se
conecta al Ipod para escuchar la selección de bandas sonoras de westerns a
cargo de Ennio Morricone, especialmente preparada para el momento. Me lo dejó
un ratito y la verdad es que los estudios de cine tomaban vida, sobre todo si
conseguías visitar alguna parte sin ningún turista a la vista.
El western no es mi especialidad, aunque mi peque
lleve su nombre en honor a uno de los personajes del film “Centauros del
desierto”, pero tengo que reconocer que me encantó aquel lugar. Decidimos
vivirlo al más puro estilo guiri; abriendo de par en par las puertas del salón,
poniéndonos la soga al cuello, subiéndonos a carretas y mordiendo el polvo
porque otra cosa no, pero polvo llevábamos hasta en el carnet de identidad. Decidí
comprar un gorro de cowboy para el peque, todos se reían de mi compra pero al
final todos nos hicimos una foto llevándolo puesto. Y como buenos
guiris, nos apuntamos a los dos espectáculos anunciados e interpretados
por verdaderos “stuntmen”.
Camino al “Saloon” para el show de las 12’30,
arresté al vaquero de la entrada. Le tomé por sheriff pero me dijo que él era
el malo así que le arresté yo y le llevé a la cárcel donde nos echamos la
primera foto. A lo lejos, en el Saloon, el resto de forajidos esperándole. Uno
de ellos, clavado a Jordi Mollà, me apunta con su pistola al entrar y simula
que me dispara pero el Saloon ya está a tope de gente para el show y yo no sé cómo
reaccionar. Creo que me suben los colores...
El show no está nada mal, no pretenden nada, tan
sólo hacerte pasar un buen rato y lo consiguen, entremezclando chistes e
interactuando con el público. Creo que hasta improvisan porque de tan en tan
los ves partiéndose de la risa simulando estar muertos mientras escuchan a los
compañeros seguir con el show.
Al acabar éste, chicos y chicas decidimos
separarnos hasta la hora del segundo show; nosotras entramos en la tienda de
disfraces y allí me encuentro a dos vaqueros, uno de ellos el del Saloon el
cual vuelve a dispararme. Ésta vez no me mata, no hay tanta gente y le planto
cara. A. me anima a disfrazarme y mientras discute con el otro sobre si me pega
o no el de India, Jordi Mollà agarra el de Can Can y, cogiéndome por la
cintura, me lleva al probador. Allí me dice que tengo que quitarme la ropa y me
explica que si el vestido me queda grande que le avise, que me lo arregla. Me
subió la cremallera del vestido y me puso las botas, una a una y muy despacio.
No me dejó ni ponerme la pluma en la cabeza ni la gargantilla en el cuello así
que le pedí que hiciera la gracia completa y también me colocara la liga en la
pierna derecha.
Al salir de allí, todos pensaron que mi sofoco era
del calor del probador. Rápidamente me cogió de la mano y me plantó fuera,
donde todos los guiris me miraban divertidos. Se supone que iba disfrazada de
can can pero G. me dijo que era de prostituta porque en los westerns no
existían esas bailarinas. ”Bah, qué más da. Nadie me conoce aquí” –pensé-. Así
que me dediqué a posar junto a mi vaquero para las fotos mientras el grupito se
partía de la risa. Tampoco dejó que me quitara el vestido sola.“Vuelve a las
tres”- me dijo. Más tarde, durante el segundo show, éste en el exterior, me
guiñó un ojo al aparecer montado en el caballo. A. me tomó el pelo diciendo que
últimamente me ha dado por los artistas.
No volví a las tres pero, con la excusa de darme un
plano del lugar, volvió a aparecer. “Bienvenida a Almería”-pienso- Pero la
verdad es que he venido a desconectar y a descansar y si hay una cosa que ahora
respeto al máximo es no cambiar mis planes por un hombre. “Te llevo de
souvenir”-le digo-.
Vuelta al grupo, para entonces, están hablando con
el dueño de aquello, el cual nos explica orgulloso que aquellos son los
estudios originales y que aún se siguen rodando películas allí. Es él quien nos
saca de la duda de los dromedarios, ¿qué pintan allí? Pues nada, es sólo que el
clima les va mejor, los caballos los tienen en Sevilla.
Al salir, Rocío, una antigua compañera de trabajo
de Barcelona, ya hace rato que me ha visto pero ha esperado a verme quieta para
saludarme. ¡Glups! y yo que pensaba que allí no me conocía nadie...
Por la tarde, A y yo dejamos a los chicos de tapeo
y nos aventuramos a descubrir Agua Amarga. Hasta las diez de la noche estuvimos
en la playa. Decidimos cenar allí también, en una plaza donde se respiraba ese
ambiente andaluz que tanto me gusta, niños jugando libremente y tapas, muchas
tapas. Había una nena clavada a la mía. Procuraba no mirarla mucho pero los
demás también lo notaron y así me lo hicieron saber. Volví a discutir con F,
ésta vez de manera más agresiva, pero esa parte quizás toque en otro momento...