viernes, 26 de enero de 2007

Hands away

Si me vuelve a pasar, serán cuatro ya las noches en las que me despierte camino al lavabo, con las dos manos completamente dormidas. Allí, las coloco bajo el grifo, el cual abro al máximo para ver si así responden más rápido. Al principio tan sólo me agarraba a los barrotes, pero por metálicos, no por pasión. No es que funcione, pero me obliga a espabilarme un poco y, al menos, cambiar la postura, porque es entonces cuando caigo en que también me duele la espalda. Tampoco es que me interese mucho que despierten. Después queda un dolor que ya no marcha hasta ahora, cuando se acerca de nuevo la hora de dormir. No es nada nuevo pero nunca había sido tan seguido ni tan doloroso. Hasta el lunes, día en el que iré al médico, tengo tiempo para ir pensando en razones.

Me está tocando y mucho la moral que sean precisamente las manos lo que me duela, con lo que siento con ellas y se me duermen. Incluso aguantando un teléfono o intentando coger la botella de leche nada más levantarme. Pasando de explicaciones místicas, podría echar mano del lunes; cuando nada más llegar de trabajar, decidí fregar todo el portal de la entrada, justo dos horas antes de la danza, ya pasaba un día y luego mi vecina se cuelga con los turnos. Esa noche, la danza fue muy heavy, con pasos nuevos; empezamos coreografía nueva, así que todas estas salvajadas se repetían una y otra vez. Quizás lo de la espalda viene de ahí, o de la maldita regla que me está matando a síntomas este mes. Pero ¿y las manos?

Me quedo con la razón de Ruth -"Será de stress"-.

A estas alturas queda claro que soy una hipocondríaca en lo que a síntomas extraños se refiere. Como esto tenga algo que ver con la danza me muero, sigue siendo lo mejor del otoño y ahora ya invierno...