Llevo días pensando que quiero hacerte un regalo antes de que te vayas, un Cd quizás, pero sé que puedo estar sentada horas delante de la pantalla y seguiré sin sacar nada. No hay inspiración. Todavía estoy digeriendo que te vas, tan lejos y por tanto tiempo.
Con el tiempo, he notado que hay personas que me preparan para las cosas. Creo que son los más cercanos, los que me conocen mejor, y aunque haya mejorado considerablemente el estado de decepción, tristeza o angustia que solía poseerme, el sentimiento queda dentro. Marc tiene razón; sino lo saco, éste sale al exterior, sólo que enmascarado con el nombre de algún dolor, una de ésos que se cogen por una mala postura.
Estos días te observo. Actuamos como siempre, como si la rutina no fuera a cambiar, como si dentro de un par de meses, cuando hubiera llegado el frío nos fuéramos a tomar algún té al salir de nuestros respectivos trabajos. Como si fuéramos a quedar para algún concierto o cena con charla hasta la madrugada.
Pienso en nosotros; en las cosas que hemos hecho. Como cuando aquella vez me enviaste un mensaje y yo me escapé de una reunión para pasar la tarde juntos mirando tiendas de música en Barcelona. Volvimos que ya era de noche. Yo con el Discbox de Radiohead y tú con un montón de rarezas. Con las coartadas laborales para poder asistir a los conciertos de despedida de The Mission. Recuerdo cuando una vez me forzaste a hablar del pasado y yo me escondí en tu lavabo porque no podía dejar de llorar. O el día que estrenamos mi acústica mística de Peter Gabriel en tu casa. Habías encontrado el punto justo en el que había que sentarse para que la música te llegara al 100%. Pasamos cerca de setenta minutos en silencio, casi sin luz, tan sólo música.
Con el tiempo, he notado que hay personas que me preparan para las cosas. Creo que son los más cercanos, los que me conocen mejor, y aunque haya mejorado considerablemente el estado de decepción, tristeza o angustia que solía poseerme, el sentimiento queda dentro. Marc tiene razón; sino lo saco, éste sale al exterior, sólo que enmascarado con el nombre de algún dolor, una de ésos que se cogen por una mala postura.
Estos días te observo. Actuamos como siempre, como si la rutina no fuera a cambiar, como si dentro de un par de meses, cuando hubiera llegado el frío nos fuéramos a tomar algún té al salir de nuestros respectivos trabajos. Como si fuéramos a quedar para algún concierto o cena con charla hasta la madrugada.
Pienso en nosotros; en las cosas que hemos hecho. Como cuando aquella vez me enviaste un mensaje y yo me escapé de una reunión para pasar la tarde juntos mirando tiendas de música en Barcelona. Volvimos que ya era de noche. Yo con el Discbox de Radiohead y tú con un montón de rarezas. Con las coartadas laborales para poder asistir a los conciertos de despedida de The Mission. Recuerdo cuando una vez me forzaste a hablar del pasado y yo me escondí en tu lavabo porque no podía dejar de llorar. O el día que estrenamos mi acústica mística de Peter Gabriel en tu casa. Habías encontrado el punto justo en el que había que sentarse para que la música te llegara al 100%. Pasamos cerca de setenta minutos en silencio, casi sin luz, tan sólo música.
Después del verano, una de las cosas que más me gustaba hacer era esa cena en casa donde nos poníamos al día de cómo nos había ido. La verdad es que con el paso de los años te he ido explicando cada vez menos de mí y te he escuchado mucho. Siempre he tenido claro qué fue lo que me enamoró de ti...
Dices que serás tú el que añore lo que dejas cuando estés allí porque aquí todos seguiremos con nuestra vida. No te creas, algunos tendremos que modificarla...
¿Sabes? Creo que ya te echo de menos...