Hoy podría escribir sobre lo contenta que estoy de
que el peque, por fin, se haya integrado en la clase de Taekwondo, aunque sólo
haga dos cosas, sobre la ilusión que tiene mi hija del fantástico fin de semana
que le espera con mis padres. Sobre lo bien que me sienta bailar danza
oriental, ayer hicimos meditación con Teardrop de "Massive Attack" o
sobre las veinticuatro horas que estoy a punto de pasar al lado de un personaje
muy diferente a todo.
Pero hoy Luís ha vuelto a entrar con la boca muy
abierta. Su madre dice que anoche tuvo anginas...anoche, hoy no. Es el segundo
día que entra así. A medida que avanza la mañana, su cuerpo también empieza a
desencajarse un poco. Hoy es jueves. Los dos primeros días de la semana casi
todo el mundo recibió parte de esa rabia, que más tarde su madre me confiesa
"-No sé dónde está la raíz, no sé qué hacer-". No sé cuál de las
cabezas que piensan por Luís en formato adulto decidió subirle "un
poquito" la dosis, para calmarle y lo ha hecho, hasta el punto de tener
que pasarle un pañuelo porque de lo "calmado" que está, no nota ni la
fina estela que la saliva va dejando en su rostro.
Era mi hora de comer pero no podía dejar el
trabajo. Toda la familia ocupada, la abuela paterna que no quiere saber nada y
una madre que está haciendo cola en Hacienda intentando solucionar más
problemas. Ha dejado de trabajar para poder atenderle mejor pero ahora ¿qué?
¿podrá con todo?.
Me costaba moverme, más que nada porque ya agotado,
me escuchaba y me miraba, así que mi síndrome del "pobrecillo" me ha
instado a decirle - "Yo voy a comprar una cosa muy rápido y
ahora mismo vengo. Hoy hay sopa, prueba un poquito que eso sí que puedes
comerlo"-, como si fuera su madre pero ya no le venía de media hora más
esperando a que alguien de su familia apareciese por la puerta. Anginas? Todo esto
por unas tristes anginas?
¿Cómo va a creerse este niño que, a lo largo de su
vida, irá encontrando gente que puede que no desaparezca, que se le quiere y que
él también es muy cariñoso?
Esta mañana, el secador me ha explotado en la cara.
He tenido la chispa muy cerca y un montón de humo ha llenado el lavabo. Me
picaban los ojos, así que me he sentado en la bañera, apretándome los
ojos con las manos. Al abrirlos no había luz y no sé durante cuanto tiempo,
he imaginado mi vida con esa gama de grises. Aún así, me ha costado un poco
descubrir que lo que había saltado era el diferencial y no mi retina.