jueves, 3 de agosto de 2006

La nada cotidiana (Zoé Valdés)




"...Anoche en mi cama durmió un traidor, anteanoche un nihilista. ¿Cuánto hace que vivo esta pasión agotadora de alternar mis deseos? ¿Por qué intento continuar con uno lo que no pude terminar con otro? ¿Acaso necesito vivir subrayando la diferencia? ¿Qué es toda esta emoción antigua que invade al silencio cuando me doy cuenta de que aún respiro?"

"...Era bello y vestía bien, recuerdo muy nítidamente un trajecito azul celeste, marca italiana, que combinaba con unos zapatos italianos."

"...Esa noche iniciática, cuando no quiso hacerme el amor a causa de mi nombre, lloré como una magdalena, sin consuelo. Él se desentendió y olvidándose de mí se sumergió en la lectura. Muchos años después, ahora, me confiesa que fingía leer para ver como yo reaccionaba. Yo reaccioné de la manera menos esperada: tomé un manuscrito de su mesa de trabajo. Eran versos dedicados a Yocandra. De buenas a primeras sentí unos celos sordos, de esos que dan ganas de golpear las paredes, pero me contuve. Inmediatamente quise ser aquella mujer que tanto amor y dolor había inspirado en aquel sabio. Me maldecía por no haber nacido como ella, en otro país, conocer otro continente, no quería ser yo."


"...Él me persiguió, no pudo resistir la tentación, me le antojé candorosa, empapadita, el agua transparentaba mi vestido y sus dientes hubieran querido volar para marcar mi dura carne, mi “señora piel”. Yo estaba lista para sus mordiscos, un ser para traicionar.
Después de aquella vez hubo otras persecuciones. La segunda vez me preguntó si yo era virgen. Claro que respondía que sí. Él no podía admitir aquello, si yo era virgen alguien tenía que desvirgarme, pero jamás él. Él no se atrevía a romper algo tan delicado y húmedo, ¡el himen! (¿Cómo iba a sospechar que mucho tiempo después, y muy a menudo, iba a desgarrar zonas más sensibles en mí: la dignidad, el alma, y toda esa mojonería tan importante para nosotras?) Yo tenía que irme otra vez y volver rota.

Yo esperaba el oscurecer para restregarme en el muro del Castillo de la Fuerza con un expreso político de cincuenta años. Él acababa de obtener su libertad. Fue una aventura hermosa, algo sufrí con ella, pero me inició en las lecturas diferentes. Por él conocí La tregua, de Mario Benedetti."

"...El Traidor-anegado en llanto- me abrió la puerta y por ella salió, no una jovencita asustada, sino un himen criminal. Un himen dispuesto a matar el primer pene que se atravesara en su camino. Salvo el amado."

"...Yo sólo quería-y todavía no sé por qué- de una manera brutal, enfermiza, que ese hombre me amara. El Traidor desvirgó mi inocencia, si hoy soy despiadada es por su culpa. Era el destinado a violar mis sueños y lo hizo cruelmente. Era el que debía mentirme y me mató a mentiras. Era el que marca, y aquí estoy cubierta de cicatrices. Él nunca lo sabrá, no está preparado. Yo lo amé como sólo puede hacerlo una adolescente. Fue el primero que quise, y eso, de cierta manera, lo convierte en excepcional."

"...¿Olvidé? No, no olvidé pero me dio una manía de enamorarme. Ya no soy aquella muchachita llorona y templona. Ahora me paso el día pensando en las musarañas."

"...El Traidor me tocó a la puerta una mañana, era domingo y habían transcurrido varios años, en sus manos se marchitaba una orquídea....y yo estaba sola. Y quise salvar la sedienta flor. Y él daba pena lo malmacho que se había puesto. Y yo sabía que lucía radiante con mis treinta años. Y ¿por qué no? Lo dejé pasar."

"...Invoco a mis Orishas: ¡Denme fuerzas ¡ Tal vez debiera ir a lavarme los dientes, a peinarme, a cambiarme de ropa. ¿Por qué estoy tan ceremoniosa? Tengo miedo, coño, eso sí. Por eso hablo de esto y de aquello y de lo otro y de lo de más allá. Porque ahora veo miles de balsas repletas de cadáveres en el mar. Porque tengo el miedo más grande del mundo. Por eso chachareo y chachareo. Para impedirme comenzar. Para evitarme iniciar la frase. Para autocensurar las palabras que, como unas locas, unas putas, unas hadas, unas diosas explotan desaforadas con la tinta de la pluma que mis dedos aprietan. Porque, hay amigos muy grandes que murieron, otros que se fueron y otros que se quedaron. Todos aquí, dentro de mí. Dentro de las palabras que no sé más si soy yo quien las escribe. O sin son ellas las que me escriben a mí..."