viernes, 29 de septiembre de 2006

El Rey León



Aún recuerdo cuando vi a Luís por primera vez; con cinco añitos, recién llegado de Perú, adoptado por una pareja ya mayor, buena gente aunque algo “thick”, con muchas ganas de convertir en tres el número de residentes en casa. Sé que esta gente pasa por muchas entrevistas y muchas visitas antes de que les concedan el perfil de idóneos o aptos para el papel de padres, no sé donde estaría la persona encargada de decidirlo ese día, porque Luís no era un niño normal sino más bien problemático, así que no creo que el hecho de entregarlo, darlo, pasarlo, donarlo (hay tantas palabras para el acto) a otra familia atípica fuera la mejor solución para que Luís volviera a abandonar el orfanato. Y digo volviera porque, al igual que hacemos con las cosas defectuosas o con tara, a Luís le devolvieron a la tienda donde le compraron. Al parecer, fue una familia inglesa. Así que Luís dejó de hablar con tres años, así le encontraron sus nuevos padres y así me lo explicaron a mí, con el niño delante. El hombre olía a alcohol, la madre, una buena y sencilla mujer, procuraba hacer cursillos acelerados de “Cómo ser mamá” a sus cuarenta y tantos años. El hombre sólo corregía al niño: ”-Llámame papá, no me llames por mi nombre, te he dicho que me llames papá-”.

 Luís tenía unos preciosos ojos rasgados y negros como el carbón, a juego con su pelo; crespo y completamente falto de forma. Aún es así, ahora tiene diez años, acaba de empezar cuarto de Primaria. Sus padres se separaron hace dos, a veces los ven a padre e hijo juntos, haciendo cosas de hombres, bebiendo una cerveza y fumando mientras Luís merienda una bolsa de patatas, como digo, cosas de hombres, sólo que con unos cuantos años menos. Además del colegio, Luís visita a un psicólogo, logopeda y psiquiatra, también se medica así que mucha gente a su alrededor procura darle equilibrio, marcarle límites y educarle y muy pocas veces sale bien.  Hoy R. lleva una herida fea en el pie, causada por la doble caída que la misma mesa ha hecho en su pie, volcada por la rabia de nuevo.

El curso pasado, yo también fui víctima de su rabia, recuerdo haberle comparado con el animal salvaje que descubre por primera vez al cazador, corriendo prácticamente a cuatro patas por toda una sala huyendo del adulto, con sangre en sus labios de tanto morderse entre grito y grito. Yo acabé con un par de rasguños y unas cuantas patadas suyas. No iban hacia mí, iban, como siempre, a la nada. Creo que le cuesta dejarse querer. Dentro de poco, sobrepasará a su madre en altura, en fuerza, hace ya mucho que la supera con creces.

Puede que éste sea el último año que vea a Luís cada día, sonriendo, interrumpiendo con alguna tontería o buscándonos novios, puede que tampoco vuelva a verle llorar, gritar ni atacar en lo que él interpreta como “defensa propia” y me causa una pena extraña. Comprendo y también empiezo a creer que no está en el lugar adecuado, que debería ir a algún sitio en el que cualquier adulto sea un profesional de los que todo el mundo cree que Luís necesita pero considero que al hacerlo, también vuelve a cerrársele otra oportunidad de recuperar algo de la normalidad que este niño de diez años debería de tener ya.

En cierta manera, es como si lo devolvieran otra vez no?

Hace ya mucho que no creo en los milagros pero ojalá lo de hoy haya servido para que este pequeño ejemplar se replantee algunas cosas y cambie el chip de una maldita vez, me consta que sabe cómo hacerlo...